Décimoprimer LP de estudio de este baluarte decimonónico del death metal americano más primigenio que se ha gestado en tierras neoyorkinas. Immolation pone en marcha de nuevo su paquidérmica maquinaria de incandescente, oscuro y asfixiante metal extremo. Llama a nuestra puerta, anuncia dolor, opresión y una pulsión atmosférica irrespirable. Es un tipo de vetusto gesto y rostro impenetrable el que nos encontramos en el umbral de esa puerta. Tarjeta de presentación mortuoria y aún así se la abrimos. No se puede explicar. Es una cuestión de crematística fe deather. Aquella que durante más de tres décadas se asentó sobre un legado maldito marcado por sus tres primeros trabajos. “Dawn of possession”. “Here in after” y “Failures for Gods”. Quien no lo entienda, que deje de leer estas líneas. Pierde el tiempo.
Ross Dolan es el tipo apostado desafiante en el umbral de esa puerta, por si aún no lo habéis deducido. Vuelve a sobrevolar nuestras almas como maestro de ceremonias para ungirnos en un ritual insano, de pura veleidad sonora. Son los Immolation. Que retornan después de aquel “Atonement” que personalmente considero que muy acertadamente ganó enteros con un sonido más orgánico dentro de los últimos trabajos asociados al sello Nuclear Blast. Una asociación que en más de una ocasión a l@s amantes del underground nos hace enarcar las cejas temiendo lo peor.
“Acts of God” nos deletrea el mensaje por si aún hay despitad@s que no entienden de qué va esto: ma-sa-cre. Una masacre concienzuda, no necesariamente acelerada todo el tiempo, si no por lógica gravitacional. De pura insistencia en el embiste sonoro.
El fondo de este herético pozo colmado de ponzoña comienza a heder con el tema “An act of God” tras una intro (“Abandoned”) que cumple con la premisa precoito encomendada para que alcemos las orejas. Este primer tema es avasallador de principio a fin. El señor Robert Vigna a las seis cuerdas nos enseña displicentemente cómo encarar un solo envenenado, caótico pero firme en su objetivo sustantivo de levantarnos del sillón. Ya cuento los días para ver su teatral interpretación del tema en el escenario. Pues nada. Ya he perdido el zapato y apenas acabo de dar cuatro pasos por este glorioso sendero de ascendente purulencia. Bien.
“The age of no light” nos presenta un puente y una de las progresiones en escalas más memorables del plástico. No me extraña que haya sido elegido como su segundo single de adelanto.
“Noose of thorn” es épica y un halo de solemnidad cubre todo su metraje. La pegada de Steve Shalaty ofrece una apabullante demostración prestidigitadora y junto al solo de Vigna acaban engendrando un tema a fuego lento y marcial hasta estrellarlo como un coche a 200 por hora contra un muro. Parece sencillo. Y no lo es.
“Shed the light” nos saluda de entrada con un ominoso riffeo y Dolan nos ruge con ese rango vocal monolítico, despojado de versatilidad pero que tanto nos pone. Agrava la enfermiza sensación de insalubridad. El tema se desboca y nosotr@s tocamos el cielo? No, el averno.
“Blooded” se regodea en los estándares del género y cimenta su despiadado mensaje llamando al abordaje sensorial de la parroquia deather. Ráfaga encabronada con Vigna alcanzando cotas que enamoran. Bien hecho, señor Paul Orofino, una producción que mima los ataques solistas del ilustre guitar hero maldito. Y escoltado en la mezcla por Zack Ohren. Balanceado general más que óptimo. Lo merece.
“Overtures of the wicked” prolonga el asesdio guitarrero, con un Vigna y un Alex Bouks que erijen un muro con indisimulados destellos disonantes marca de la casa. Otro de mis temas preferidos.
“Inmoral Stain” avanza imperial, pero no mata. Era de esperar alguna experiencia más descafeinada en 52 minutazos de música, el LP más largo del combo. Suele pasar. Es uno de los temas claramente damnificados.
“Incineration procession” amplifica la intención atmosférica y contemporiza. Para regodearse en un headbanging random. Dolan sienta cátedra y tira de galones vocales. Shalaty, por favor, dínoslo. Cuántos parches has reventado durante la grabación.
“Broken prey” se desliza amenazante, casi moribundo, mientras el ceremonial se transforma en un clínic que encumbra las disonancias. Esto solo puede venir inspirado por la más pura de las belicosidades antireligiosas. Bravo.
“Derelict of spirit” da una segunda muestra de cierto decaimiento en el plástico. Mal tema? Que son los Immolation, joder. No me malinterpretéis. Esta gente te ensambla un tema molón y apetecible hasta en una guerra de pedos en un WC.
“When halos burn” disemina maldad coral y pulveriza al oyente con un muestrario de base rítmica expeditiva.
“Let the darkness in”. Mantiene una cruzada entre armonías sustentadas en riffs con fugaces referencias pseudoblackers, insertos melódicos que ladean impunemente el sesteo y elevan el nivel de una última parte de este redondo que se resiente en su grandiosidad.
“And the flames wept” agrava esa sensación. Es un interludio instrumental hipnótico. Sin más.
La escabechina tiene su epílogo con “Apostle”. Un excitante contubernio con el salazón perfecto gracias a un Shalaty inexpugnable en su posición de pesadilla percutora en el mundo sonoro extremo.
“Acts of God” es un disco que no genera una alteración de la consciencia. Immolation va a otra cosa, no dilapida energías en fuegos de artificio. Es técnico, sí, a veces hasta arcano en la concepción de su death irredento. Somete de pura intransigencia con propuestas más conciliadoras y asequibles. Está gestado para que pique al pasar por la garganta. Al más pugilístico estilo Ayuso Vs Casado en fachalandia. O lo tomas o lo dejas. Eso sí, Dolan, Vigna, os lo digo porque os quiero y sois buena gente. El resultado global sería mejor si en lugar de 15 canciones hubieseis concentrado aún más esta vandálica esencia para convulsionar nuestro espinazo en un repertorio menor. Disco por encima de la media, no obstante. A mi top del 2022. Sin dudarlo.
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